Es el mejor. Así de sencillo. Para los amantes de la técnica, para los amantes de lo oportuno y para los que prefieren el lado más temerario de la fotografía. Su arrojo, su oportunismo y su inmensa sombra hacen de Robert Capa el mejor fotógrafo de guerra de todos los tiempos.
Un siglo después de su nacimiento, docenas de exposiciones en su país natal, España o Francia muestran lo más representativo de su obra, mientras sesudos artículos analizan la vida de un ser misterioso que ni siquiera se llamaba como decía llamarse, que mentía de manera compulsiva y que terminó por crear Magnum, la agencia de fotógrafos independientes más importante de la historia.
Para empezar, su verdadero nombre era el de Robert Friedman, con el que vivió en la miseria buscándose la vida entre Budapest y París hasta que tropezó con una aguerrida fotógrafa llamada Gerda Taro.
Esta bella mujer propuso a Friedman inventarse un personaje, un fotógrafo de origen norteamericano con el que podrían ganarse la vida sin atravesar tantas penurias. Y así comenzó la leyenda.
Robert Capa no existía realmente, y muchas de sus fotografías ni siquiera son obra de Friedman, sino de Gerda Taro. Al menos muchas de las tomadas antes de que ésta muriese en el frente republicano de la Guerra Civil española aplastada por un tanque.
Y fue precisamente en este frente donde el progresista y revolucionario autor realizó la que es considerada como la mejor fotografía de guerra de todos los tiempos: el miliciano abatido en pleno conflicto. Una toma trepidada que muestra el momento exacto en el que el soldado es atravesado por una bala.
Durante muchos años se acusó a Capa de realizar un montaje, a lo que el fotógrafo respondió con la publicación de otra toma en la que el miliciano cae finalmente al suelo… Lo más curioso del asunto es que el protagonista de esta segunda toma ni siquiera es el mismo que el de la primera.
En cualquier caso, Capa continuó fotografiando los conflictos más importantes de mediados del siglo pasado y tras la Segunda Guerra Mundial creó Magnum, inscribiendo así su nombre en la historia de la fotografía de forma indeleble.
Por supuesto, murió como deben morir las leyendas: cuando sólo tenía 40 años y saltando por los aires tras pisar una mina.
Hoy, un siglo después de su nacimiento, Capa es sinónimo de fotoperiodismo de guerra. El mito que se inventó a sí mismo y que surgió de la nada sigue tan presente como aquel miliciano que representa el más absoluto instante.