Qué se le va hacer: hay millones de fotógrafos que se pasan un buen saco de años haciendo fotos, que se dedican a ella profesionalmente, y de repente descubren que un aficionado hace mejores fotos que ellos. En la fotografía el ojo lo es todo, y da lo mismo que proceses como una bestia o que viajes como Willy Fog: si no tienes talento, podrás ser un buen profesional, pero nunca un grande.
O al menos es la conclusión a la que uno llega cuando contempla la obra fotográfica de tres grandes artistas que poco o nada tienen que ver con el mundo profesional de la fotografía: Andy Warhol, David Lynch y William Burroughs.
Los tres son considerados como auténticos genios dentro de su campo, los tres estaban cautivados por el mundo de la fotografía; sin embargo, ninguno de ellos tuvo tiempo (o tiene, en el caso de Lynch) para dedicarse por entero a ella.
Esta curiosa analogía entre los tres artistas ha llevado a la Photographer’s Gallery de Londres a realizar una triple exposición simultánea de sus pinitos fotográficos, que lejos de suponer una mera anécdota en sus tumulsuosas vidas muestra un talento inusual para contar historias a través de una cámara de fotos.
Si el talento de Lynch (genio de la imagen cinematográfica donde los haya) y Warhol (responsable de su Factory) para la fotografía es más que lógico, el que sí llama poderosamente la atención es el del yonqui genial William Burroughs.
Su serie, titulada Taking Shots (dando tiros, o metiéndose droga…), muestra su vida junto a su esposa o sus colegas beat en ciudades como Tánger, Londres, París o Nueva York. Instantáneas que dejan adivinar el tormetosamente lúcido mundo marginal del genial amante de las drogas y las pistolas.
Aunque la mayoría lo tendremos algo difícil para asistir a las exposiciones que se celebran en Londres antes de su clausura (el 30 de marzo), sí que podemos bucear en la red en busca de la obra fotográfica de estos tres grandes artistas.
Menos da una piedra.