Que Adolf Hitler es uno de los personajes más deleznables de la historia de la humanidad es algo que ya todos sabíamos, así como que poseía un singular talento para emplear la propaganda y el engaño para ganar adeptos y crear una suerte de neurosis colectiva. Lo que no se sabía es que al señor Hitler no le bastaba con los espejos para preparar sus discursos y sus dramáticas poses, se hacía miles de fotos mientras ensayaba.
En realidad, todas las fotografías que Heinrich Hoffman le hizo a lo largo de su prolífica amistad pasaron a ser de dominio público tras la detención de éste por parte de los aliados, pero no ha sido hasta ahora, gracias a un artículo de Down Town Camera en el que se repasa la vida y obra del fotógrafo, cuando los medios se han detenido a considerar la significancia de aquellas ridículas fotografías.
En ellas, Hitler adopta todas las poses posibles, como si se tratara de un actor de teatro. Llega incluso a jugar con la iluminación para reforzar la expresividad de su demencial cara, y muestra, por supuesto sin querer, que tras todo aquel saco de posturas sólo había un loco patético.
Por otra parte, la relación entre Hoffman y Hitler fue mucho más allá de lo meramente profesional. Desde que aquél pasase a convertirse fortuitamente en su único fotógrafo oficial, se hicieron uña y carne. Hitler necesitaba de manera continua que lo retratasen para hacer publicidad de su terrible locura, y según cuenta el propio Hoffman en su lamentable libro de memorias “Yo fui amigo de Hitler”, él mismo fue el responsable de que el dictador conociese a su futura esposa Eva Braun.
Las fotografías no tienen desperdicio, y sirven para que nos hagamos una idea del papel que pueden llegar a jugar la imagen y la propaganda en el desarrollo de la historia.
Fuente: Petapixel
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