Una de las técnicas de procesado más extendidas en el mundo de la fotografía digital es la del HDR (High Dinamic Range o Alto Rango Dinámico), a la que suele ir asociado el Tone Mapping (mapeado de tonos). Como ya explicamos hace un tiempo, el HDR consiste en fusionar tres o más tomas de un mismo motivo en una sola imagen, cubriendo así un rango dinámico más amplio.
Es decir: echamos tres o más fotos idénticas con distintos grados de exposición para lograr fundir en una sola imagen todos los detalles de las zonas más luminosas y las zonas más oscuras.
Y es que, por mucho que avance la fotografía digital, una cámara nunca será un ojo (capaz de captar de un solo vistazo una gama tonal extensísima), y cuando trata de representar una escena llena de contrastes lumínicos no tiene más remedio que descartar gran parte de la información para centrarse en un espectro concreto.
El mapeado de tonos, por su parte, es el procesado que se suele emplear para darle un aspecto coherente al resultado de fundir tres imágenes con distintas exposiciones. Seguro que más de una vez habéis oído hablar de programas como Photomatix, que cumplen con estos propósitos a las mil maravillas.
La fotografía HDR es en sí misma un mundo, y posee incluso una parte artesanal: hay que tener paciencia, llevarse el trípode, cambiar las exposiciones, evitar el ruido, cuidar la escena y trabajar con gusto y cuidado el mapeado de tonos. Sin duda existen auténticos maestros del género que merecen todas las loas del mundo.
Ahora bien, el HDR también es una técnica golosa y espectacular, tanto que puede llegar a cegar y a cerrar muchas puertas de aprendizaje y experimentación. Sus resultados son tan sugerentes que puede viciar el ojo a la hora de echar fotos, pensando que cualquier toma se arreglará al llegar a casa y tirar de Photoshop.
La fotografía de toda la vida, la que resulta de ver una composición frente a ti, de captar un instante lleno de sentido o de representar a través de figuras un estado anímico, nunca va a ser mejor por el hecho de poseer un alto rango dinámico. El HDR puede, a lo sumo, ayudarnos a recuperar ciertos detalles que pueden ser significativos dentro de una escena, pero por sí mismo sólo es una técnica más que debe emplearse para unos fines concretos, no por vicio.
En este sentido, conviene recordar que, como el cine o la literatura, la fotografía es un arte que posee un lenguaje propio, con sus limitaciones, que a su vez son las condiciones de posibilidad de su aprendizaje y su desarrollo. Y basar todo un lenguaje estético en una técnica es, en mi opinión, una pérdida de tiempo.
Recuerdo una de las primeras veces que hablé con un fotógrafo profesional. Le comenté que subía mis cosas a Flickr y tal y me espetó: “claro, el estilo Flickr: o haces HDR o tiras de revelados vintage”. Dejando a un lado el calado soberbio y despectivo de estas palabras, hay que reconocer que las técnicas de revelado han terminado sustituyendo en muchas ocasiones a la fotografía misma, que a veces se convierte en una excusa para aplicar revelados más o menos artificiales.
Es más, incluso las cámaras de fotos de los teléfonos más innovadores como el iPhone 4 traen entre las opciones de disparo la de HDR (grotesco, cuando el teléfono de marras ni siquiera es capaz de realizar dos tomas con distintas exposiciones).
Ante tamaña barbarie tecnófila, creo que es conveniente mirar atrás y pensar en los autores clásicos, con su cuarto oscuro, su Leica y su intuición, recordándonos que la fotografía es otra cosa (distinta, obviamente, al ordenador o al teléfono).