Todos hemos caído (y seguimos cayendo) en la fotografía evidente: fotos de gatos, perros, bebés, puestas de sol y paisajes que invitan a disparar sin compasión. Magníficas tomas que sirven para afilar nuestra técnica y guardar instantes, circunstancias o recuerdos.
Estas fotos, que podríamos llamar vacías (en un sentido conceptual), son un muy sano ejercicio que pueden ocupar la vida completa de un genial fotógrafo. Ahora se me viene a la cabeza una frase de Cortázar de “Salvo el crepúsculo” en la que afirmaba que, de ser fotógrafo, sólo se dedicaría a fotografiar atardeceres.
Pero hay artistas con otras inquietudes a los que no les basta con la reproducción gráfica de una escena. Se les suele llamar “fotógrafos conceptuales”, aunque yo creo que el adjetivo “conceptual” es demasiado grueso y extremo. Más que nada porque el “concepto”, si nos atenemos a su significado preciso, implica racionalidad, cálculo, reflexión y divorcio con lo sensible, con lo visual.
Así, es cierto que es posible basar toda una obra fotográfica en la expresión de ideas a partir de la premeditación y el cálculo de una escena que prepara el propio artista, sin dejar nada al azar. Es el caso de genios como Man Ray, que lejos de buscar ideas en la realidad generan su propio mundo. Pero no es necesario encerrarse en un estudio para expresar conceptos. Ni tampoco es necesario salir de casa con la cámara y una idea preconcebida para expresar la propia subjetividad.
Volviendo a Cortázar: la realidad es un desfile continuo de escenas inconexas, sin significado o sentido conceptual, y de vez cuando, sólo cuando la imaginación está al acecho y no se busca nada en concreto, ésta coagula: el orden de objetos y escenas coinciden bajo la mirada del artista y adquieren un sentido, apuntan (ahora sí) a un concepto que toma forma en la sensibilidad del creador (y luego la del espectador).
Esta manera de fotografiar ideas es tan válida como la del fotógrafo conceptual que prepara escenas. La diferencia se encuentra únicamente en que mientras uno emplea su laboratorio para plasmar ideas, el otro toma el propio mundo como laboratorio.
Un retrato puede expresar un concepto, así como una pared en mitad de la calle. La premeditación sólo es una cuestión metodológica, no el factor que convierte una mera foto en una foto conceptual.
A este respecto, sólo hay que recordar la mítica foto de Joe Rosenthal “Levantamiento de la bandera en Iwo Jima”. Fue tomada tras una ardua batalla, en medio de la nada, sin emplear objetos o luces preparadas, y es, casi con toda seguridad, la imagen que mejor representa el concepto de lo norteamericano.
Otra magnífica herramienta para expresar ideas es el montaje fotográfico, que, aunque sea denostado por los fotógrafos puristas, tiene un origen tempranísimo en la historia de la fotografía. Photoshop, tan demonizado como empleado por todos, es la expresión contemporánea de esta técnica.
Ahora bien, en el momento en el que pasas de la fotografía, de la “instantánea”, al montaje, la idea se está expresando a posteriori (aunque puede haber sido concebida con anterioridad), por lo que su forma de funcionar (la del montaje) es completamente diferente al de la fotografía.
Y sí, las fotos se retocan en Photoshop, se le aplican filtros, contrastes, enfoques y colores; pero se puede decir que todo eso estaba ya ahí, en la toma misma…
Pero esto ya es meterse en un berenjenal de dimensiones cósmicas.