Aunque parezca un disparate, Apple siempre ha tenido un talón de Aquiles: sus pantallas. Y es curioso cuando, en teoría, siempre fue una marca que fabricaba productos destinados a los usuarios profesionales: fotógrafos, editores de vídeo, etcétera.
A partir del desarrollo del primer iPhone y la popularización de la manzana entre los usuarios no profesionales, el añorado Steve Jobs tomó una determinación que aún sigue escociendo entre los maqueros con más tablas: eliminar las pantallas mate.
Como ya explicamos, los buenos monitores (como NEC o EIZO) son siempre mate e incluso viseras para evitar cualquier clase de reflejo, ya que las glossy son prácticamente imposibles de calibrar y saturan los colores.
Bueno, pues como ya sabréis todos, los nuevos Macbook Pro, anunciados recientemente, parecen productos destinados nuevamente al usuario profesional gracias a su potencia, su tremenda gráfica y, sobre todo, su pantalla retina, que multiplica la resolución de lo que vemos en ella hasta unos extremos casi inverosímiles.
¿Dónde está el problema? Muy sencillo: según diarios como El País, la calidad cromática de la nueva pantalla es pésima. Sí, se comporta bien con el espectro sRGB, pero no reproduce con ninguna clase de fidelidad la gama RGB, que es la que empleamos cuando queremos imprimir una fotografía o cuando queremos que ésta se asemeje de alguna manera a la realidad.
En otras palabras: ¿para qué queremos tanta resolución cuando los colores no son capaces de comportarse dignamente? Así, no se trata sólo de la calidad cromática de la pantalla, sino también de la insistencia de Apple en seguir utilizando acabados brillantes, que saturan los colores y exageran los contrastes y los negros.
Es más, la propia compañía presentó el nuevo Macbook Pro anunciando que los reflejos se habían reducido en un 75% (creo recordar), lo que quiere decir que no han desaparecido en absoluto.
En definitiva: ¿tiene sentido dejarse casi medio millón de euros en un ordenador que no nos permite darle un uso profesional (para fotografía)?