Si alguna vez te ha dado por indagar en el menú de tu cámara digital te habrás encontrado (si tu cámara lo vale) con que posees la opción de disparara en dos espacios de color distintos: el Adobe RGB y el sRGB. Utilizar una de las dos gamas de colores siempre ha sido considerado elemental dentro del mundo de la fotografía, sin embargo, hay que matizar enormemente este punto, como veremos a continuación.
El espacio de color sRGB (“standar RGB”) es un espacio cromático ideado por Microsoft y Hewlett-Packard para dar lugar a una definición estándar de los colores digitales que podemos percibir en una pantalla.
Utilizando el rojo, el verde y el azul como colores primarios y derivando de su mezcla los demás tonos, pretende homogeneizar el aspecto de los colores cuando éstos aparecen representados en un dispositivo digital.
Así, como fotógrafos, nos interesa emplear el espacio de color sRGB cuando vamos a presentar nuestras fotografías en la pantalla de un ordenador. Esto es: es, en principio, el espacio adecuado para subir fotos a una página web o para exponerlas en una pantalla.
Por el contrario, el espacio de color Adobe RGB es un espacio de color pensado para imprimir. Basado también en el empleo de los colores básicos rojo, verde y azul maneja un espectro cromático mucho más amplio. Es decir: admite matices y variaciones sensibles (que podemos apreciar sencillamente con la vista) que el espacio de color sRGB no contempla siquiera, ya que éste maneja un rango cromático mucho más reducido.
En consecuencia, a priori, lo más lógico es disparar siempre en Adobe RGB, nunca en sRGB. Y la razón es sencilla: al tomar fotos en el espacio de color de Adobe estamos capturando más colores, más matices y más elementos que luego nos permitirán captar mejor la realidad y procesarla con mayores recursos.
Incluso en el caso de que sólo estemos tomando fotos para subirlas a internet, siempre será mejor partir de un espacio de color más amplio que de uno más reducido. Siempre podremos pasar una toma de Adobe RGB a sRGB con cualquier programa de edición, pero nunca podremos hacerlo a la inversa.
Hasta aquí, todo es bastante obvio y sencillo. Ahora bien: a nivel práctico, ¿funcionan las cosas realmente así? En absoluto.
Para empezar, aunque todas las pantallas que se precien son capaces de reproducir el espacio de color sRGB en un 100% (para algo es el estándar), la introducción de los acabados glossy o brillantes han dado al traste con la efectividad de este espacio de color (ya de por sí limitado), que ve saturados, transformados y reflejados sus modestos colores en pantallas tan cacareadas como la del Mac Book Pro Retina.
En segundo lugar, cuando subimos una foto a la red, el navegador encargado de hacerlo debe interpretar adecuadamente el espacio sRGB, cosa que no sucede con grandes aplicaciones como Google Chrome.
Es decir: ni siquiera empleando un estándar cromático humilde obtendremos la garantía de que los demás verán en su monitor lo mismo que vemos nosotros cuando procesamos una imagen.
Y si esto sucede con la gama sRGB, imagínense con la Adobe RGB, mucho más amplia y rica…
Sin embargo, también el espacio de color Adobe RGB está lastrado por mediadores digitales. Me explico: las fotografías tomadas en RGB no se imprimen directamente empleando ese espacio de color, ya que las imprentas trabajan con otro formato de color, denominado CMYK (como habréis imaginado, emplean cuatro colores básicos, no tres).
Así que, tras echar nuestra foto en el mencionado espacio cromático y procesarla, debemos convertirla a CMYK para llevarla a imprenta. ¿Cuál es el problema? Pues que cada imprenta utiliza un perfil de color diferente, por lo que los valores CMYK varían sustancialmente de una a otra.
¿La solución? Pedir a la imprenta a la que confiamos nuestros humildes tesoros el perfil de color con el que trabajan (perfil ICC) y además pedir que nos hagan una prueba de color para que le demos el visto bueno al resultado.
Conclusiones: el mundo del color está siempre entre la espada y la pared. Nunca tenemos la certeza de que lo que vemos se corresponde con lo que fotografiamos y que lo fotografiamos se corresponde con lo que aparece en la pantalla o con lo que se imprime.
En cualquier caso, para obtener unos resultados aceptables (que el verde no sea rojo ni el negro blanco sucio), hay que seguir a pie juntillas las siguientes instrucciones:
Dispara siempre en Adobe RGB porque da más posibilidades de procesado; publica tus imágenes en internet en sRGB, porque es un estándar aproximado; conserva los archivos RAW en Adobe RGB por si alguna vez te da por imprimir; nunca utilices Chrome para ver tus imágenes online (te llevarás un chasco); trabaja con un monitor que no sea brillante y que tenga un gamut bien amplio en lo que se refiere a Adobe RGB; y, por último, encomiéndate a Thomas Knoll si tienes que trabajar con una imprenta.