Si hace nada hablamos de los viajes de Robert Capa a Rusia junto con John Steinbeck, en esta ocasión nos toca hablar de otra novedad editorial que nos trae a un joven fotógrafo húngaro que aún no ha vivido el horror de la Guerra Civil y que aún no ha cambiado su nombre real, André Friedman, para ganar más dinero como fotorreportero en París.
La periodista Carmen Rengel realiza en “El viaje andaluz de Robert Capa” un interesante recorrido a través de las vivencias del legendario fotoperiodista por tierras andaluzas en 1935.
Capa había intentado ganarse la vida meses antes en San Sebastián y Madrid de manera infructuosa, así que la fascinación que produjeron en su retina la Feria de Abril y la Semana Santa lo llevaron a abandonar el norte y el centro de España para probar fortuna en Sevilla.
El André Friedman de aquella época, que después se hizo célebre gracias a su Agencia Magnum y su retrato de la “Muerte de un miliciano” (la instantánea más representativa de la Guerra Civil), era aún un fotógrafo en ciernes al que ni se le pasaba por la cabeza llamarse Capa ni unirse a Gerda Taro.
En sus trabajos andaluces despliega todo su talento (ese ojo irrepetible y valiente) para recrearse en el sentir popular, en el fervor religioso de los sevillanos, en las flamencas de la Feria de Abril.
Nada más lejano a su sensibilidad que la religión y el jolgorio despreocupado del sur, pasa la mayor parte 1935 buscando lo que no entiende en los rostros y las expresiones de la gente con la que se va tropezando. De hecho, en sus crónicas parece no diferenciar una fiesta de otra (en realidad, casi van seguidas dentro del calendario hispalense), y cuando vuelve a Andalucía (ya en 1937) lo hace para retratar a los refugiados de la guerra en Almería.
Este libro muestra, por tanto, una de las facetas más desconocidas del gran Capa, que ya lleva dentro de sí el germen que lo convertiría en el icono que constituye a día de hoy.