La apuesta a medias de Canon por la tecnología de las cámaras sin espejo tenía que venir acompañada por una apuesta de veras por una réflex de dimensiones reducidas. Y, efectivamente, así ha sido. Esta mañana todos nos hemos levantado con un nuevo modelo en las vitrinas que viene a plantear un nuevo nicho dentro del mundo de las cámaras réflex.
La Canon EOS 100D es una cámara pequeña, compacta y con espejo que, si hacemos caso a la nomenclatura que emplea la empresa nipona, se encuentra, en lo que a calidad se refiere, por encima de la 700D (recién presentada también) y por debajo de la 60D, lo que justifica sobradamente su precio de 850€.
En lo que se refiere a sus principales características, destacan su sensor CMOS de tamaño APS-C de 18 megapíxeles, su ISO de 12800 en fotografía y 6400 en vídeo (Full HD, por supuesto), su disparo en ráfaga de 4 frames por segundo y su potente procesador Digic 5. Su visor es óptico y tiene una cobertura del 95%, y el enfoque, de sistema híbrido, consta de 9 puntos.
Como viene siendo ya habitual en las últimas cámaras lanzadas al mercado, su pantalla trasera es táctil, y permite realizar las operaciones más habituales de forma cómoda y sencilla.
En lo que se refiere a la grabación de vídeo, la 100D ofrece enfoque continuo, aunque no controles manuales (cosa que sí sucede con la 700D).
Por último, además de disponer de los controles manuales de rigor (en el disparo de fotografías, por supuesto), la pequeñina de Canon viene equipada con un buen saco de filtros “creativos”, que se pueden emplear en paralelo a los disparos manuales.
En resumen: Canon ha tirado la casa por la ventana con un modelo que cuestiona la necesidad de hacerse con una espejo y que se venderá como los churros.
Nunca una cámara tan pequeña con espejo ofreció tantas garantías.