A pesar del progresivo e imparable proceso de globalización que vivimos desde los años 80 (década arriba, década abajo), el mercado global sigue siendo una utopía. Ni internet ni los medios de comunicación ni los acuerdos comerciales son capaces de aunar dos culturas y dos economías completamente dispares: la occidental y la oriental.
Desde un punto de vista fotográfico, esto se traduce en el hecho de que en países como Japón o Corea se diseñan y comercializan cámaras que no llegan a nuestro continente porque se considera que nuestros gustos son muy dispares.
Sin embargo, tal y como acaba de suceder con la Pentax Efina, cuando una cámara ha triunfado en el mercado oriental y se considera que puede hacerlo en el nuestro, finalmente se exporta a Europa.
La Efina fue presentada a principios de año en Japón, y se destacó de ella, de forma muy concreta, su tamaño y su diseño: mide apenas lo que una tarjeta de crédito y luce un diseño muy original, con dibujos florales, diferentes colores y hasta un pequeño espejo circular en el frontal (para hacer autorretratos, dicen).
En lo que se refiere a sus especificaciones técnicas, éstas pasan bastante desapercibidas, y no dejan de ser las elementales en cualquier cámara compacta básica.
A saber: sensor pequeño (tamaño CCD) armado con 14 megapíxeles, estabilizador integrado y un objetivo (por supuesto, también integrado) que parte de los 26mm (en paso universal) para extenderse hasta los 130 (esto es: con un zoom óptico de 5x).
Graba vídeo en 720p a 20 fotogramas por segundo, su ISO abarca desde los 80 hasta los 1600 y tiene una velocidad de disparo de 1/1400s.
Dispone de una pantalla trasera bastante modesta de 2,5” y viene con un software que permite elegir 16 escenas diferentes y tecnología para detectar los rostros y facilitar el enfoque.
En definitiva: una cámara de lo más básica en la que prima el diseño.