Si hay algo que salta a la vista en “Sin City” es la fórmula visual que determina el resultado narrativo de la cinta de principio a fin. Sin la ingente cantidad de trucos fotográficos que caracterizan a la adaptación del inmenso cómic de Frank Miller, la película apenas sería nada salvo un amasijo de acciones violentas y tramas cruzadas al más puro estilo negro hollywoodiense.
Aunque la dirección de fotografía del filme esté firmada por Robert Rodríguez, no me cabe ninguna duda de que la mayor parte del mérito visual de la misma se debe al equipo de postproducción con el que cuenta el director norteamericano, cuyo trabajo consiste, básicamente, en calcar las viñetas del cómic con la inestimable ayuda del propio Frank Miller.
Así, nos encontramos ante un trabajo fotográfico que tiene un único fin: ser fiel a la viñeta, a la pintura, a la narración en papel. Pero este esfuerzo tiene un mérito mayor al que se podría presumir. Sólo hace falta echarle un vistazo al estremecedor e hipnótico resultado.
Para empezar con el análisis de la fotografía de Sin City, primero es indispensable centrarse en la forma de dibujar de Frank Miller. El violento narrador norteamericano nunca ha sido un gran dibujante en el sentido clásico del término. No es Will Eisner, sino más bien Milton Caniff. Un tipo que renunció al estilo clásico de otros artistas como Neal Adams para adoptar poco a poco un estilo gráfico minimalista basado en la desproporción, el expresionismo y el juego continuo de negros absolutos con blancos quemados.
Frank Miller no siempre dibujó así. Es más, cuando comenzó se esforzó por adoptar el estilo “Marvel”: limpio, detallista y luminoso. Pero su insatisfacción con la industria y las limitaciones impuestas por las grandes compañías lo llevaron a abandonar cualquier convención para adoptar un estilo propio violento y difícil de digerir al principio, pero que con el paso de los años se convirtió en un nuevo estándar.
En consecuencia, la fotografía de “Sin City” nos muestra un blanco y negro maniqueo, sin transiciones (casi) en la escala de grises. Este efecto, que hasta se puede aplicar a nuestras fotografías gracias a miles de filtros y acciones presentes en las páginas de recursos para Photoshop, consigue que el contraste en cada imagen sea exagerado, casi prohibitivo.
A este expresionismo gráfico se une el uso selectivo de una muy limitada gama de colores que aparecen aquí y allá para resaltar algún aspecto de las escenas. Al igual que Storaro, Rodríguez y Miller usan cada color para transmitir unas sensaciones muy determinadas.
Mientras la sangre es blanca e indiferente, las camas, los trajes femeninos o los labios son rojos, simbolizando el erotismo, el sexo y el pecado. Pero no toda la sangre es lechosa, la de los “malos” es amarilla, enfermiza; mientras que los ojos de las prostitutas más jóvenes son azules, puros y transparentes.
Este empleo del blanco y negro y el color selectivo, unido a planos con grandes angulares, confieren a toda la película de un idioma fotográfico único, inquietante y brillante.
De la trama, poco hay que decir. Desde los años ochenta y su “Daredevil”, Frank Miller (responsable de “Robocop”, todo hay que decirlo) es uno de los mayores genios de la narración gráfica negra.
Aunque ojo, las soluciones fotográficas de “Cin City” no siempre funcionan en otras películas, y pueden conducir a fiascos artísticos y fílmicos tan grandes como “The Spirit”, inusual batacazo del gran artista.
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