Nos acercamos hoy a una de las películas más míticas de la historia del cine, al origen del cine expresionista alemán y a una de las obras más complejas y abigarradas a las que uno se pueda enfrentar: “El gabinete del doctor Caligari”, de Robert Wiene.
La trama es bien conocida por todos: El Doctor Caligari es un loco que manda a su esbirro, el sonámbulo Cesare, a que lleve a cabo una serie de asesinatos. Francis, que hace las veces de narrador, conoce al siniestro doctor y a su criatura en un circo y decide investigarlos.
Lo interesante (entre otras muchas cosas) de esta película estrenada en el año 1920 es que se trata de una de las primeras cintas que pretende convertir el cine en arte. Así, nos hallamos ante una obra total, en la que es imposible separar el trabajo de maquilladores, escenógrafos, guionistas, director y director de fotografía del resultado.
Todos los esfuerzos del equipo de realización apuntan al mismo sitio, y ya en el guión ideado por Hans Janowitz y Carl Meyer se describían los escenarios, el comportamiento de la luz o incluso la postproducción.
El resultado es sencillamente fascinante, y supone una lección para cualquier fotógrafo que tenga el más mínimo interés en lograr atmósferas con sus imágenes.
El equipo creativo del film (no puedo referirme por separado al director de fotografía o al escenógrafo; carece de sentido) fue capaz de generar uno de los mundos más singulares y expresivos que quepa imaginar mediante procesos completamente artesanales.
La mayor parte de la trama transcurre en una estancia diseñada para la ocasión en la que las paredes y todos los objetos que la integran fueron deformados para crear una atmósfera asfixiante, de pesadilla. Abundan las formas geométricas, las esquinas imposibles y el juego continuo de luces y sombras altamente contrastadas.
No existe un blanco y negro igual al de “El gabinete del doctor Caligari”. Si bien la luz artificial y cruda empleada por Willy Hameister (director de fotografía del film) hace lo suyo quemando rostros y cruzando estancias con diagonales que asfixian la escena, los propios escenógrafos pintaron las paredes con negros y claros para generar luces artificialmente.
Posteriormente, en el proceso de postproducción, el equipo de Robert Wiene se encargó de hacer virados con los fotogramas en blanco y negro, incluyendo tonos sepia, verdes o azules.
Otro elemento visual singular es el uso de paredes irregulares que se abren hacia la cámara dando la sensación de hallarnos ante el uso de un inmenso gran angular; sin embargo, no se trata tanto de un efecto fotográfico como de un efecto escenográfico. La deformidad de las tomas no se debe a ninguna clase de aberración de objetivo, sino al trabajo artesanal del equipo de escenografía.
El estilo expresionista de la cinta se ve reforzado además por el empleo continuo de viñeteados, que envuelven la acción en penumbras, y el maquillaje completamente aberrante.
Así, el uso de viñeteados, el abuso de los ángulos deformes y abiertos, el empleo de las luces artificiales diagonales y el exagerado contraste entre los tonos oscuros y los tonos claros se han convertido en el abecedario del cine y la fotografía que busca arrancar sensaciones del espectador.
Estos efectos son hoy día un lugar común dentro del lenguaje fotográfico, y muchos de nuestros esfuerzos con Photoshop no buscan sino emular los resultados de la cinta alemana.
Como no podía ser de otra manera, la película fue censurada en su época y el gobierno alemán introdujo escenas para cambiar su sentido.
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